La clase política no va al paraíso… ¡vive en él!
Para el senador nacional, Carlos Caserio, la clase política no debe hacer esfuerzos atento su “providencial” condición fundacional no productiva. A confesión de parte, relevo de pruebas y confirmación del escándalo político vernáculo.
«La clase política no es la que hace el esfuerzo, la clase política dicta normas», dijo Carlos Caserio, senador del Frente de Todos. «Hablar del esfuerzo de la clase política es no entender al Estado, (esta clase de clases) ya que la misma no es un elemento productivo del país», razón por la cual desactivar sus jubilaciones de privilegios o hacer algún esfuerzo compartido con los demás sectores de la comunidad nacional (por caso, con los jubilados ordinarios), “no le parece serio” (sic).
Según Caserio, un 50% de los argentinos son pobres o indigentes (tan “vulnerados” que muchos no tienen ni para comer) y por eso –afirma- se le pide al otro 50% de los argentinos que colabore con “su Argentina implosionada” pero, atónita y contra fácticamente sostiene que la clase política no es la que debe hacer el esfuerzo; reitero, palabras del legislador cordobés vertidas en un reportaje con la periodista Carolina Amoroso del canal televisivo TN (Todo Noticias) en la madrugada de este sábado; obviamente palabras documentadas, filmadas y grabadas.
Evidentemente la clase política, para Caserio, no habita ninguno de los dos 50% de los argentinos. ¡¿Entonces…?!
Entonces, como narra Daniel Alarcón, «el rey siempre está por encima del pueblo”. Para los reyes (o los que ´se hacen como ellos´) la vida humana -laburante o jubilada- de los pueblos debe hacer todo el esfuerzo. Temerariamente, los mismos, ignoran o desdeñan que en todas esas vidas y sus familias agobiadas y afligidas, vibran, soterradas, la violencia y la voluntad de rebelión ante semejantes figuras pretéritas, paternalistas que -intergeneracionalmente sin idoneidad con elogio de nepotismo de nepotismos- han cooptado el poder (o así lo pretenden) en todas sus formas.
¿Cuánta corrupción, desigualdades y privilegios provienen, se amparan, se explican o predicen en “realezas” semejantes? ¿Cuál enojo, ebullición o estallido sudamericano actual escapó, escapa o escapará de esta lógica perversa? ¡Lamentablemente, temo; ninguno, finalmente ninguno!
Entre nosotros, la cooptación del Estado por castas políticas privilegiadas e incompetentes, es un dato de la realidad. En Argentina, la inmensa mayoría padece (o es cómplice de) esas castas tan onerosas e inútiles para el bien común y el desarrollo humano. El poder de cooptación de tales castas se traduce en un sistema de nombramiento o reclutamiento por nominación, mediante el cual una asociación o amontonamiento cualquiera de personas o sectores políticos, nombra caprichosa, discrecional e internamente a sus propios miembros, sin dependencia ni control de criterios e instituciones republicanas externas; (véase la decrepitud del articulo 38 CN.).
Cuando hablamos o proponemos, más aún cuando exigimos solidaridad social para una reactivación productiva como en este caso, debiéramos de saber que se trata de una patriótica solicitud de adhesión o apoyo espontaneo, no forzosa ni arbitraria o discrecionalmente selectiva; que se trata de mancomunidades ecuánimes y equitativas de esfuerzos que efectuaremos interrelacional e intersectorialmente, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles como es nuestra profunda crisis socioeconómica argentina actual.
La solidaridad es uno de los valores humanos tradicionales, emparentado con la compasión y con la generosidad. La misma tiene que ver con un ánimo de cooperar y brindar apoyo a una persona necesitada en su mayor momento de vulnerabilidad, sobre todo si ello implica hacer a un lado las necesidades, opiniones o prejuicios personales.
Del mismo modo, la solidaridad no suele considerarse como una obligación o un mandato, sino que ha de ser voluntaria. Existe, no obstante, un compromiso moral mayor en quienes dispongan de más recursos para ayudar a otros a superar una situación críticamente penosa como la cruel y recurrente de nuestros viejos jubilados, razón por la cual -Sr. Caserio- nuestra tradicional cultura solidaria argentina, no percibe con buenos ojos a quienes se rehúsen a hacerlo. Es y será bueno, saberlo.
Ilustres privilegiados como legisladores, jueces, diplomáticos, notarios, presidentes, gobernadores e intendentes, sepan que sin una ética de la solidaridad y de la cooperación no habrá paz, ni igualdad, ni libertad ni fraternidad en todo su noble y cabal sentido y alcance para una Nación Argentina representativa, republicana, democrática y federal, según la estableció nuestra propia Constitución Nacional; si la misma que nos recuerda lapidariamente en su artículo 16 : “La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas”.
Finalmente nadie olvide ni subestime que “La Soberanía Popular” reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste porque… ¡porque los de afuera son de palo!
Fuente: La Opinion