17 Mar 2022

Japón prohibió exportar automóviles

Es imposible que los nipones piensen en matar a su gallina de los huevos de oro, aquí hasta se nos roban la máquina de hacer billetes por lo que poco les importa ir por el gallinero entero.

Hasta un adormecido lector tokiota reconocería como propio del día de los inocentes ese ficticio titular que nunca salió en el Yomiuri Shimbun, el mayor diario japonés. Pero en Argentina a los inocentes no sólo se nos festeja un día sino que se nos ríen a la cara los 364 amaneceres posteriores. “Argentina prohibió exportar carnes”, y no es broma y así lo reflejó ciertamente en su momento la prensa, los mercados, los acostumbrados productores y la propia sociedad citadina, parte de la cual, y especialmente en un puñado de manzanas de cemento de la gran provincia, encuentran absoluta aceptación a todo lo que tenga aroma a mantener el “bolsillo planero” de las mesas subsidiadas por la política, pero con recursos privados al campo.
El dedo inquisidor, extractivo y de prohibición también señaló y cerró las exportaciones de trigo desde los últimos meses del 2021 y ahora lo hace con la harina y el aceite de soja, la principal usina de divisas. En la actualidad Argentina es el primer exportador mundial de subproductos de la oleaginosa, y el tercero del famoso poroto. El complejo sojero es el principal generador de recursos comercializables en el exterior de la economía argentina representando el 27% de las exportaciones totales según el propio INDEC. Corriendo por derecha, izquierda o quietitos en el centro, nadie puede negar que el “yuyo verde”, al decir de una exitosa abogada, es a la Argentina lo que los automóviles al éxito japonés.
Es imposible que los nipones piensen en matar a su gallina de los huevos de oro, aquí hasta se nos roban la máquina de hacer billetes por lo que poco les importa ir por el gallinero entero. Y mientras que los negocios orientales potenciaron y diversificaron su complejo industrial, anexando aún más tecnología y una impactante cartera de nuevos servicios digitales, las cajas argentinas no modificaron su esencia a la hora de hacer sonar su campañilla: el campo, fuente de recursos que sólo la política berreta y bizarra se contenta en creer y hacer creer que brota de la tierra por arte de decretos de necesidad y urgencia y el aplomo de más medidas confiscatorias. Esas sandeces desconocen que, como las automotrices del sol naciente, el campo necesita ser guiado por políticas de Estado claras y respetadas, con continuidad en el tiempo y como un eslabón más, aunque muy importante, de un entramado generador de recursos. El campo no espera que se lo ponga en un pedestal y mucho menos para ordeñar sus legítimos recursos, sino simplemente que no se lo trate como alfombra sobre la que limpiar impúdicas impericias y decisiones desacertadas.
Es el campo, sus técnicos, industriales y agricultores quienes, sin aparato estatal detrás, investigan nuevos sistemas de crecimiento de la mano de la ciencia y la preservación del medio ambiente, como la genética, la nanotecnología agraria, la gestión de insumos biológicos, la fertilización de suelos, la optimización en el uso de aguas y tantos otros avances desconocidos por quienes solo bregan por poner firmas en los lugares equivocados y por hacer caja rápida aunque a la larga muy cara para todos, incluyendo a sus aspiradas elecciones de renovación de contratos y retapizado de sillones cada cuatro años.
Y todo con un campo que día a día se levanta en un permanente y lastimoso “avanzar hacia atrás”, a contracorriente, como el salmón que nada cuesta arriba para desovar en el corazón de nuestras tierras, campaña agrícola tras campaña, ordeñe tras ordeñe, en un ciclo sin pausa y siempre mirando crédulamente hacia un hipotético futuro mejor. Sin embargo tanto esfuerzo de muchos y el escaso acompañar de quienes fueron elegidos para hacerlo, el “granero del mundo” hace años que dejó de ser único.
Otras muchas “granjas” desparramadas por el globo producen tanto y más que nuestras tierras, de la mano del avance tecnológico que logra “hacer campo” en lugares donde antes no se producía; debido a las tentaciones de una oferta siempre por detrás del aumento demográfico del mundo; por las políticas de incentivación para que el campo produzca cada vez más y con jóvenes aquerenciados allí, cimentando su futuro y el de sus comunidades. Claro, son otras granjas, las de acá siguen enfrentando los avatares de cola de una realidad que nos recuerda a diario que estamos paradójicamente en su verdadero coxis. No hace falta que nadie nos quiera correr del medio, nosotros mismos con nuestra casta política de turno nos encargamos de apartarnos, dejando camino para que otros aprovechen los cupos de exportación de carne que supimos ganar, los mercados que tanto costaron abrir y los futuros negocios que se truncan ante la imprevisibilidad de un país donde lo único previsible es la incertidumbre.
La política doméstica hace mal las cosas, y además: no somos forjadores de precio aunque influimos en él por volumen; no tenemos suficientes virtudes de negociación a nivel Estatal; estamos a las espaldas de los vaivenes del mercado, el clima y la política de turno; como todos los sectores sufrimos la inflación en los insumos; un dólar ficticio; impuestos distorsivos como las retenciones ahora con “inminentes negados y nuevamente inminentes” incrementos para la soja procesada; y tantas otras lastimosamente acostumbradas trabas… o mejor dicho patadas en el mismo coxis que nos identifica como un mismo género sin necesidad de lenguaje inclusivo: Giles que votamos para el coxis. Y así nos va.
“Argentina prohibió exportar todos sus productos agrícolas”. No sería sorpresa que uno de estos días los diarios locales nos espabilen con este titular y que al mirar el celular nos demos cuenta que no es 28 de diciembre y aunque lo fuera, no hace falta ser inocente para no creer la triste realidad.

* El autor es productor agropecuario.