15 Feb 2023

Osvaldo Acastello, Intensa mente

Ha sido un típico ejemplo del que nace en un hogar careciente, que crece y se multiplica hasta alcanzar las cumbres empresarias. Osvaldo Acastello nació el 2 de octubre de 1934, hijo de un matrimonio descendiente de inmigrantes del norte de Italia que se estableció en Rafaela. Su padre, Ángel, fue chacaritero y vendedor ambulante; su madre, Romelia Giorgetti, trabajaba en la quinta de su familia. Osvaldo, niño aún, ayudaba para hacer los atados de verdura y todas las madrugadas salía hacia el mercado con el carro cargado de productos tirado por caballos, sin importar clima ni temperatura; allí vendían su mercadería a verduleros y puesteros de ese lugar, reconvertido hoy en Centro Cultural. Con apenas dos años de vida, Osvaldo contrajo poliomielitis; su curación dependía de una visita diaria al Hospital, lo cual implicaba que su madre atravesara las 50 cuadras desde su casa con el niño en brazos, ir y volver, hasta que Osvaldo pudo caminar normalmente, sin secuelas. Su padre, vendedor ambulante, emprendió una actividad nueva para ellos: un bar; funcionó en el lugar que al mismo tiempo sirvió de semillero para el Club Juventud y en donde pasó parte de su niñez, como mascota de la muchachada que se reunía después de las clases y los fines de semana.

Formación

El hecho de crecer en medio de la necesidad, del trabajo sin horarios ni descansos, formó en Osvaldo una mentalidad de empecinado esfuerzo para superarse. En la Escuela Mitre finalizó su primaria como escolta de la bandera nacional y con medalla al mejor alumno. Su madre quiso que aprendiera el oficio de sastre; enterada su maestra de sexto, la señorita Visitación, la convenció de que le permitiera seguir cursando el secundario en la Escuela Nacional de Comercio que acababa de implementarse en la ciudad; integró la primera camada de peritos mercantiles y también allí lució su medalla. En casa no se mantenía la luz encendida hasta tarde, así que para estudiar se iba con sus apuntes hasta la esquina, a leer con la luz del farol. En una entrevista reconoció que su aprendizaje se basó en la perseverancia y en las exigencias de sus profesores José Abeillé y Anello Fassi.

Apenas egresado, tomó un empleo en el Frigorífico Rafaela en 1953; dos años después pasó a la Cooperativa La Segunda, de donde salió en 1956 para realizar el servicio militar. Cumplido el deber en el DM37, ingresó al Banco de Italia y Río de la Plata; mientras allí estaba fue convocado para trabajar como contador en Edival S.A., donde estuvo entre 1965 y 1967. Todo fue un proceso de aprendizaje, con la convicción de que podía hacer más y mejor. Simultáneamente, montó una oficina de asesoramiento contable-impositivo ocupando parte de su propia casa. De esta etapa se recuerda su vinculación con Electrónica Rafaelina, donde creó el llamado «Plan 2000» de financiación que representó una innovación tan osada como exitosa.

Con 23 años y con sus sueños juveniles en desarrollo, se casó con Soledad García, la muchacha que conoció trabajando en el estudio contable y que aceptó construir una vida en común, a sabiendas de lo que implicaba acompañar a alguien en permanente movimiento. Tuvieron dos hijos: Rubén, en 1959 y Graciela en 1961. El nivel de autoexigencia se transmitía también a su familia. Dice Rubén: «Lo único que nunca supo hacer es descansar. Por ejemplo, nos llevaba de vacaciones, nos ubicaba y se volvía a trabajar; después de unos días venía a buscarnos.» «Era bravo -agrega Graciela- porque el mismo nivel de exigencia que usaba para sí mismo lo empleaba con nosotros».

La fábrica propia

En mayo de 1967, Osvaldo se lanzó a concretar su idea largamente acariciada: el propio emprendimiento, en forma de fábrica de crucetas. Con el único capital de su iniciativa y voluntad de hacer, formó una sociedad junto a Basso, Beninca y Bottero y Bonafede S.A. y, en un galpón sobre avenida Luis Fanti, nació ETMA S.A. (Establecimiento Técnico Metalúrgico Argentino). La nueva fábrica no tenía equipamiento; era un gran galpón vacío al que había que llenar de trabajo y tecnología. Salieron a reunir cuanto material sirviera para una línea de producción. Al decir del propio Acastello, «montamos una fábrica con un camión de chatarra». Hoy, después de 56 años, ese «camión de chatarra» lidera el mercado interno argentino y uruguayo, habiendo atravesado tiempos venturosos y adversidades, con golpes de mercado, sistemas cambiarios, normas y alternativas que había que manejar, con el empecinamiento y la inteligencia que se imponían.

Participación gremial

La participación gremial empresaria de Osvaldo Acastello fue muy intensa. A partir de una invitación para integrar el Centro Comercial, se fue sumando a la Asociación Parque Industrial, liderando la obtención de terrenos e infraestructura para su concreción; Cámara de Industriales Metalúrgicos, directorio del Banco Provincial de Santa Fe, participó de la Fundación para el Desarrollo, el Centro para el Desarrollo Empresarial y, cuando tomó cuerpo la necesidad de salir a los países limítrofes para exportar, cosa totalmente desconocida y sin capital ni experiencia, se creó la Cámara de Comercio Exterior y, con ella, una movilidad empresaria destinada a asesorar a las PyMEs que, sin saber cómo, deseaban vender sus productos al exterior. En 1993 se hizo cargo de la Federación de la Industria Metalúrgica Argentina y fue designado miembro de la Junta Directiva de la Unión Industrial Argentina. Entre 1995 y 1999 fue vicepresidente de la Federación de Industrias de la Provincia de Santa Fe; además, integró el Comité de Presidencia de la Asociación de Industriales Metalúrgicos, ADIMRA. No por detentar estos cargos descuidó su propia fábrica, que crecía y se tecnificaba.

Un hecho significativo lo dan los testimonios de empresarios a quienes, en su época de despegue, Acastello ayudó para la búsqueda de mercados y procedimientos administrativos, aduaneros y financieros. Siempre llamó la atención su injerencia en las decisiones nacionales, a partir de Rafaela, a 550 kilómetros y con la limitación en las comunicaciones de su tiempo. Osvaldo tuvo una inteligencia activa, una voluntad empecinada y una intensidad en el estilo empresario que sirvió para su empresa y para las demás de su ciudad, de su provincia y de su país.

Con 76 años, un ACV se llevó su vida y apagó su mente intensa; pocos meses después lo siguió Soledad, con quien compartió una vida de sueños y realidades.

Fuente: Diario Castellanos